Acabo de ler o capítulo 17 de Rayuela, de Julio Cortázar (O jogo do mundo, na edição portuguesa) e este final de capítulo constitui estímulo capaz de me remeter à escrita de umas quantas palavras (veja-se o sacrifício)...
A verdade é que, se mergulhei cegamente na aventura de ler este clássico (quase desconhecido em Portugal) da literatura mundial e incontestável na cena Sul Americana... Se a particularidade de dar nome a um dos temas do último álbum de Gotan Project foi o que bastou para me atirar de encontro a um cartapácio de quase setecentas páginas, pois então começo a ter mais confiança nos meus presunçosos instintos musico-literários (isto até ao próximo embate frontal na decepção)...
Pois bem, não abordando muito a já de si óbvia capacidade de absorção do leitor cujo arquétipo da acção decorrida na Paris boémia-cultural nos proporciona, a verdade é que a escrita de Cortázar, para além de literariamente rica, se revela aqui extremamente fundamentada e estonteantemente envolvida pelos cenários da cultura mundial. Começamos pela literatura e atravessamos a pintura ou outras variadas e vastas formas de arte que salpicam o livro de lés a lés mas, de início a fim, o jazz é rei.
Ora, que mais me poderia calhar em sorte? A cada virar de página vão saltando para fora da encadernação o som e perfume dos blues dos 20's e dos 30's... O piano de Earl Hines e a voz de Bessie Smith partilham e alternam protagonismo com a "corneta" de Benny Goodman e a competência de Jelly Roll Morton. Todo a obra (pelo menos até ao maravilhoso cap. 17) é um livro aberto na romântica semântica da expressão e quase que uma enciclopédia à moda antiga. Pelo menos para mim, tem sido uma maravilhosa fonte de documentação para situar e interpretar muito daquilo que hoje conheço no "país" do jazz...
A verdade é que, se mergulhei cegamente na aventura de ler este clássico (quase desconhecido em Portugal) da literatura mundial e incontestável na cena Sul Americana... Se a particularidade de dar nome a um dos temas do último álbum de Gotan Project foi o que bastou para me atirar de encontro a um cartapácio de quase setecentas páginas, pois então começo a ter mais confiança nos meus presunçosos instintos musico-literários (isto até ao próximo embate frontal na decepção)...
Pois bem, não abordando muito a já de si óbvia capacidade de absorção do leitor cujo arquétipo da acção decorrida na Paris boémia-cultural nos proporciona, a verdade é que a escrita de Cortázar, para além de literariamente rica, se revela aqui extremamente fundamentada e estonteantemente envolvida pelos cenários da cultura mundial. Começamos pela literatura e atravessamos a pintura ou outras variadas e vastas formas de arte que salpicam o livro de lés a lés mas, de início a fim, o jazz é rei.
Ora, que mais me poderia calhar em sorte? A cada virar de página vão saltando para fora da encadernação o som e perfume dos blues dos 20's e dos 30's... O piano de Earl Hines e a voz de Bessie Smith partilham e alternam protagonismo com a "corneta" de Benny Goodman e a competência de Jelly Roll Morton. Todo a obra (pelo menos até ao maravilhoso cap. 17) é um livro aberto na romântica semântica da expressão e quase que uma enciclopédia à moda antiga. Pelo menos para mim, tem sido uma maravilhosa fonte de documentação para situar e interpretar muito daquilo que hoje conheço no "país" do jazz...
Abaixo, o final do capítulo 17 de Rayuela (o jogo do mundo) sem a parte que apenas diz respeito ao romance... esta é... a exaltação do jazz!!!
(...)
una trompeta anónima y después el piano, todo entre un humo de fonógrafo viejo y pésima grabación, de orquesta barata y como anterior al jazz, al fin y al cabo de esos viejos discos, de los show boats y de las noches de Storyville había nacido la única música universal del siglo, algo que acercaba a los hombres más y mejor que el esperanto, la Unesco o las aerolíneas, una música bastante primitiva para alcanzar universalidad y bastante buena para hacer su propia historia, con cismas, renuncias y herejías, su charleston, su black bottom, su shimmy, su foxtrot, su stomp, sus blues, para admitir las clasificaciones y las etiquetas, el estilo esto y aquello, el swing, el bebop, el cool, ir y volver del romanticismo y el clasicismo, hot y jazz cerebral, una música-hombre, una música con historia a diferencia de la estúpida música animal de baile, la polka, el vals, la zamba, una música que permitía reconocerse y estimarse en Copenhague como en Mendoza o en Ciudad del Cabo, que acercaba a los adolescentes con sus discos bajo el brazo, que les daba nombres y melodías como cifras para reconocerse y adentrarse y sentirse menos solos rodeados de jefes de oficina, familias y amores infinitamente amargos, una música que permitía todas las imaginaciones y los gustos, la colección de afónicos 78 con Freddie Keppard o Bunk Johnson, la exclusividad reaccionaria del Dixieland, la especialización académica en Bix Beiderbecke o el salto a la gran aventura de Thelonius Monk, Horace Silver o Thad Jones, la cursilería de Erroll Garner o Art Tatum, los arrepentimientos o las abjuraciones, la predilección por los pequeños conjuntos, las misteriosas grabaciones con seudónimos y denominaciones impuestas por marcas de discos o caprichos del momento y toda esa francmasonería de sábado por la noche en la pieza del estudiante o en el sótano de la peña, con muchachas que prefieren bailar mientas escuchan Star Dust o When your man is going to put you down , y huelen despacio y dulcemente a perfume y a piel y a calor, se dejan besar cuando es tarde y alguien ha puesto The blues with a feeling y casi no se baila, solamente se está de pie, balanceándose, y todo es turbio y sucio y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta poseyéndolas por todos los hombres, tomándolas con una sola frase caliente que las deja caer como una planta cortada entre los brazos de los compañeros, y hay una inmóvil carrera, un salto al aire de la noche, sobre la ciudad, hasta que un piano minucioso las devuelve a sí misma, exhaustas y reconciliadas y todavía vírgenes hasta el sábado siguiente, todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, les señala que quizás había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizá había otros caminos y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombres porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera.
I could sit right here and think a thousand miles away,
I could sit right here and think a thousand miles away,
Since I had the blues this bad, I can’t remember the day…
I could sit right here and think a thousand miles away,
I could sit right here and think a thousand miles away,
Since I had the blues this bad, I can’t remember the day…
(...)
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